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Dejan Stankovic: el futbolista plurinacional

Cuando Ljupko Petrović, el mítico entrenador que llevó al Estrella Roja a la consecución dela Copa de Europa de clubs en 1991, se volvió a hacer cargo de la escuadra rojiblanca en 1994, el equipo venía de una racha de resultados muy negativa y de dos años en los que había finalizado segundo por detrás de su eterno rival, el Partizan de Belgrado.

En este equipo quedaban ya pocas estrellas de la proeza de Bari del 91, pero despuntaban algunos valores emergentes o futbolistas en potencia que querían hacerse un hueco en el primer equipo. Y uno de ellos irrumpiría con más fuerza que nadie, su nombre: Dejan Stankovic.

En una época convulsa en la zona de los Balcanes, con disputas bélicas internas entre naciones pertenecientes hasta entonces a Yugoslavia, el fútbol era una de las vías de escape del pueblo y a la vez un escenario para descargar las frustraciones, sentimientos e iras de personas que vivían una época terrible. Y en medio de toda esta vorágine, los dos principales equipos de Belgrado, Estrella Roja y Partizan trasladaron estas disputas al terreno de juego, por los títulos nacionales. La suerte había sido favorable a los blanquinegros en las últimas dos temporadas, pero ese año las cosas iban a cambiar. A mitad de temporada el entrenador Petrović iba a echar mano de la cantera rojiblanca, ya que había un centrocampista que estaba marcando las diferencias con tan solo 16 años y había ido subiendo como la espuma en las  diferentes categorías del Estrella Roja, hasta acabar jugando en el filial y consiguiendo grandes números. Alto, rápido, con una depurada técnica y un disparo endiablado el joven Dejan Stankovic fue convocado con el primer equipo a su corta edad y pasó a convertirse en el jugador más joven en debutar con el Estrella Roja. Y es que llevaba el fútbol en sus venas, ya que su padre había sido un importante centrocampista  del OFK Belgrado,  y hasta su madre había formado parte de la delantera de un potente equipo de la primera división femenina  de Yugoslavia, el Sloga Zemun.

De esta forma la carrera del joven Dejan no podía ir mal de ninguna forma, y así fue. A su corta edad se convirtió en campeón de liga y copa aquella misma temporada con el cuadro rojiblanco y fue llamado a las categorías inferiores de la selección Yugoslava, con la que más tarde conseguiría un sorprendente récord. Es interesante destacar una anécdota que sucedió en esa misma temporada, cuando se enfrentó al equipo de su padre de toda la vida el OFK de Belgrado, del cual Stankovic era también seguidor, pero enfundando la camiseta ahora del Estrella Roja y a los que además derrotó con comodidad en el campo, ironías de este deporte.

Su crecimiento continuó la temporada siguiente, debutando en Champions League, entrando una vez iniciado el partido frente al equipo alemán del Kaiserslautern, anotando además dos tantos, ante el asombro de toda Europa. Y siguió creciendo y creciendo cada vez más, tanto es así, que en un par de temporadas más, con tan solo 20 años y habiendo jugado ya el Mundial de Francia 98, la Lazio de Sven Goran Eriksson llamó a sus puertas y ni el Estrella Roja ni el joven Dejan pudieron decir que no a aquella suculenta oferta.

En aquella escuadra de ensueño con los Nesta, Almeyda, Nedved, Vieri, Salas o su compatriota fichado ese mismo año Sinisa Mihajlović, Stankovic consigue hacerse con un puesto en el 11 del equipo romano y jugar más de 40 partidos anotando 9 goles. El salto ya estaba dado, pero no se iba a quedar ahí, ya que en 1999 gana la última Recopa de Europa que se disputaría nunca en una memorable final frente al RCD Mallorca por 2-1 y es pieza clave en aquel título. No siendo esto suficiente, en el 2000 y ya asentado en aquel mágico conjunto laziale consigue nada más y nada menos que el doblete en el Calcio italiano, ganando liga y copa ese mismo año. No tendría tanta suerte en la Eurocopa del 2000 con Yugoslavia, al caer eliminado frente a España con aquel gol en el descuento de Alfonso Pérez Muñoz en un partido loco que pasará a la historia del fútbol, sin duda alguna.

No obstante, su equipo sigue cosechando éxitos, consiguiendo dos Supercopas y otra Copa de Italia más mientras la economía del club con el presidente Cragnotti a la cabeza iba haciendo que la escuadra laziale se hundiera cada vez más y cayera en bancarrota, obligando a todas sus estrellas a buscar nuevos destinos. De esta forma Dejan Stankovic deja el equipo de Roma en 2004, recibe una interesante oferta del Inter de Milán y acaba firmando por el equipo de la Lombardía. Un año antes, en su país, la reestructuración de los territorios que formaban la antigua Yugoslavia era un hecho y poco a poco se habían ido formando distintas naciones-estado que funcionaban ya como territorios independientes, no solo en el aspecto político, económica y social; sino también en lo deportivo. Por lo tanto, la idea de Yugoslavia no tenía sentido ya y el territorio pasó a llamarse Serbia y Montenegro, compuesto por dos naciones bien diferenciadas, con vínculos comunes pero bastante distintas en casi todos los aspectos. Aun así, compitieron juntas en lo deportivo hasta 2006, cuando las dos se independizaron.

Los deportistas y en este caso los futbolistas como Stankovic, no podían estar al margen de todos estos cambios políticos, económicos y sociales que se estaban produciendo en sus países de origen y sin querer muchas veces debían tomar partido en las decisiones que se dirimían allí. En algunos casos, estas confrontaciones ocasionaron pequeñas tensiones y conflictos entre compañeros de una misma selección por motivos políticos, religiosos o culturales, como el que mantuvieron Darko Kovacevic y Savo Milosevic, ambos goleadores con Yugoslavia (el primero del Estrella Roja y el segundo del Partizan) durante un tiempo por desavenencias y distintas maneras de ver estos cambios que se estaban produciendo en su territorio.

En lo deportivo, Stankovic seguía cosechando títulos, ahora con el equipo interista, ganando otra Copa de Italia y dos Scudettos más hasta 2006 (uno de ellos por el escándalo del “Moggigate”, la eliminación de la Juventud de Turín de la Serie A y su descenso fulminante a la Serie B), además de dos Supercopas de Italia. Y ese mismo año volvería a clasificar a su selección (Serbia y Montenegro en este caso) para la fase final de un Mundial, el de Alemania 2006, quedando encuadrada en el grupo de la muerte con Argentina, Holanda y Costa de Marfil consiguiendo no puntuar en ninguno de los partidos y dejando el casillero a 0.

Aun así, con su equipo la cosa no podía ir mejor, ya que el Inter se hizo con los siguientes cuatro Scudettos hasta 2010, una Copa y dos Supercopas de Italia más. Además, Stankovic nunca dejó de ser un hombre importante en las alineaciones del equipo neroazzurri consolidándose así en el equipo y siendo pieza clave tanto en el Inter como en su selección. Consecuencia de ello llegó el mayor logro como jugador en un club de fútbol, la consecución de la Champions League ese mismo año 2010, ganando en la final al Bayern de Munich en Madrid en el aquel Inter de Mourinho que pasaría a la historia por conseguir el triplete aquella misma temporada, disputando Stankovic todas las finales.

Ese mismo año 2010 Dejan Stankovic consiguió también un sorprendente récord con su selección (Serbia en este caso) en el Mundial de Sudáfrica. Y es el de conseguir ser el único jugador que ha disputado tres Copas del Mundo de Fútbol con tres selecciones distintas, no cambiando además nunca de territorio de origen. Ese extraño e inverosímil récord se da, porque los futbolistas como Dejan al igual que cualquier persona en este Mundo, están en constante cambio.

El Mundo en el que vivimos gira tan rápido como un balón en un campo de fútbol y cualquier persona está expuesta a estos cambios que se dan continuamente y que nos hacen replantearnos muchas cosas, pero que también nos ayudan a crecer como personas y a ampliar nuestros horizontes. Dejan Stankovic es un ejemplo claro de estas constantes idas y venidas que se dan en la vida de cualquier ser humano, ya que él como jugador de fútbol profesional, también tuvo que pasar por etapas duras en su vida, como la vivencia de una guerra entre territorios cercanos, con amigos y familiares que perdieron su vida. Y no siendo esto suficiente, más tarde tuvieron que volver a reconstruir un país, no solo levantando muros y paredes de hormigón, sino también construyendo nuevas conciencias individuales y colectivas y cambiando antiguos pensamientos ya obsoletos en los nuevos tiempos que corren. Por tanto, del jugador que jugó con Yugoslavia en 1998, con Serbia y Montenegro en 2006 y finalmente con Serbia en 2010 no nos puede quedar solo la idea de lo que vimos en un terreno de juego. Sino toda una historia detrás de superación y regeneración personal de un joven que nació para ser futbolista pero que ayudó también a que el territorio en el que nació, creció y se crió, se llamara como se llamara, pudiera continuar adelante y fuera un lugar tranquilo, sin odios ni disputas, más allá de las que pudieran darse en un terreno de juego durante 90 minutos. Cuando Dejan Stankovic se retire, será recordado sin lugar dudas por ser un grandísimo futbolista que aportó mucho a todos los equipos en los que estuvo, pero también por ser una de las personas que abanderó la transformación pacífica y normalizadora de su país desde su selección de fútbol, alzando muchas banderas al aire, pero una por encima de todas, la del respeto y el sentido común.

Manel Torrejón Perea (@manelcandeu)

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El gol que redescubrió el fútbol para los «socceroos»

La venganza es un plato que se sirve frío…y tan frío.

Australia aun guardaba en la retina su estrepitosa derrota en Montevideo por 3-0 ante la selección de Uruguay en las eliminatorias de clasificación para la Copa del Mundo de Japón y Corea del Sur de 2002 y tenía claro que no podía volver a suceder. El destino, muchas veces caprichoso, decidió que debía volverse a producir el mismo choque para dirimir quien accedía al Mundial de Alemania 2006 y así fue, amarillos y celestes se verían las caras en una eliminatoria a doble partido en la que ni el mejor guionista de cine podía haber predicho el resultado final.

El partido de ida jugado en el Estadio Centenario (Montevideo) fue un choque muy trabado, muy táctico, nadie quería cometer errores, pues todos sabían que el partido de vuelta decidiría la eliminatoria y eso se notaba en el ambiente. Los “charrúas” dominaban el juego y los “aussies” aguardaban tras la línea defensiva con todos sus hombres excepto el fornido delantero Mark Viduka, como único hombre adelantado. En el minuto 19 del primer tiempo los uruguayos tuvieron un gran contratiempo, cuando uno de sus mejores hombres el atacante Diego Forlán, debía abandonar el choque por culpa de una lesión fortuita y era sustituido por Darío Silva, aun así el equipo continuó atacando. En uno de estos ataques, se produjo una clara falta en el pico del área grande y con Álvaro “El Chino” Recoba en el campo, todos los saques a balón parado eran una ocasión clara, como así fue así fue. Recoba le dio al balón un efecto endiablado con su zurda de oro y el lateral Darío Rodríguez se lanzó de cabeza en el segundo palo introduciendo el esférico dentro de la portería visitante, gol.

A partir de aquí, el juego se abrió un poco y fue algo más vistoso pero ya sin tiempo acabó la primera parte. En la segunda mitad, Mark Bresciano entró en el lugar de Archie Thompson en el cuadro australiano, para darle un poco más de posesión al equipo e intentar enlazar con Viduka y el extremo Harry Kewell, dedicado en exceso a tareas defensivas en el primer tiempo. Y la receta funcionó en parte, el equipo amarillo tuvo más el balón y dispuso de alguna ocasión clara, que el meta uruguayo Carini, muy inspirado esa noche, desbarató no sin problemas. Los uruguayos viendo el empuje australiano en la segunda parte, realizaron un cambio por partida doble y dieron entrada a Estoyanoff por Zalayeta, para dar más velocidad y abrir más el campo en ataque; y Guillermo Rodríguez entró por Diego López, para apuntalar más la defensa e intentar tapar los contraataques amarillos, sobretodo por bandas.

A partir de ese momento, el partido fue de más a menos, Australia ya no atacaba tan intensamente y Uruguay se defendía y salía a la contra pensando en guardar ese 1-0 tan valioso en una eliminatoria a doble partido. Y así es como acabó el choque, el cambio de Aloisi por Viduka a diez del final no dio el toque revulsivo que se esperaba, no hubo tiempo para mucho más reseñable y la eliminatoria, como todos pensaban, se decidiría en territorio australiano.

Durante la semana previa al choque, los entrenadores de ambas selecciones (J. Fossati y G. Hiddink) se lanzaron puyitas y dardos envenenados muy sutiles que la prensa y las enfervorecidas aficiones se encargaron de multiplicar por mil y todo esto unido a declaraciones de los jugadores de ambos bandos, no hacía más que calentar el partido de vuelta de manera alarmante y dejaba claro que serían 90 minutos (o más) de alto voltaje.

Como la eliminatoria para la clasificación del Mundial de 2002 se jugó en Melbourne y no deparó un buen resultado final para los australianos, esta vez decidieron que la sede sería la ciudad de Sydney y no había marco más incomparable para tal cita que el “Stadium Australia” encargado de albergar las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos del año 2000. Todo estaba listo y preparado para recibir a las selecciones que se jugaban nada más y nada menos que un pase para la Copa del Mundo de Fútbol de 2006 en Alemania, ya que no iba a ser tan fácil conseguir esa plaza y los jugadores de las dos escuadras lo sabían. En Australia el fútbol siempre ha jugado un papel secundario, muy por detrás del rugby y el fútbol australiano, pero esa noche todo cambiaría, ese partido sería un antes y un después en la concepción de este deporte en Australia, pero todo estaba aun por empezar.

Antes del partido más de un millar de personas acompañaron a los “socceroos” (los canguros del fútbol) escoltando al autobús que debía guiar a los jugadores hasta el estadio donde se iba a jugar el gran choque, era un partido importante y eso se notaba en el ambiente y en las caras de los jugadores. Una vez dentro del estadio, más de 82000 almas ataviadas con camisetas y bufandas amarillas aguardaban el desenlace de ese partido alentando a los suyos y animando sin parar, muchas de ellas un par de horas antes incluso. Los cimientos del joven “Stadium Australia” se vinieron abajo cuando la gente vio aparecer a los dos selecciones en el terreno de juego, el partido de fútbol que todo el mundo esperaba en Australia iba a dar comienzo.

Uruguay salió muy reservón y su entrenador J. Fossati decidió emplear una defensa de cinco hombres ante la posible avalancha y juego directo de los australianos, con un medio del campo de trabajo y poco fútbol y dando simplemente a Recoba y Morales el mando del ataque “charrúa”. Australia en cambio, decidió poner a todos sus hombres de toque en el campo y el recuperado Bresciano y Tim Cahill, los jugadores con más calidad en el medio del campo “aussie” fueron de la partida dejando a Viduka como único hombre de ataque pero con una intención clara de controlar el juego desde el principio, y así fue.

El partido empezó con Australia controlando el balón e intentando jugarlo sin perderlo, para ir ganando confianza y que Uruguay fuera dando pasitos atrás hasta meterse en su área a defender, y lo consiguieron. Rápida movilidad de balón e internadas por banda, con centros que la defensa uruguaya se apresuraba en despejar como podía. Aun así y con un hombre de la calidad de Recoba en el campo, nadie puede confiarse nunca y los amarillos a punto estuvieron de pagarlo cuando en una rápida contra con una dejada de Morales de cabeza “El Chino” disparó a portería y su chute se fue rozando el palo del cancerbero Mark Schwarzer, el estadio enmudeció por unos segundos. Aun así el partido estaba muy controlado por los australianos y en una de esas internadas en banda, una jugaba entre Cahill y Viduka, dejó un balón muerto en el área pequeña de los uruguayos que Bresciano no desaprovechó batiendo al meta Carini y empatando la eliminatoria antes del final de la primera parte, las espadas estaban en todo lo alto.

La segunda parte fue una batalla de ajedrez, táctica y muy pensada. Ninguno de los dos equipos quería perder y los dos sabían que un gol en contra más los dejaba fuera del Mundial, por lo que nadie arriesgó al principio en nada. Australia seguía controlando el partido pero sus ataques eran mucho más descafeinados respecto a los de la primera parte y Uruguay seguía defiendo y saliendo a la contra sin acabar de definir del todo sus jugadas, ya que con solo dos hombres en punta y muy poca colaboración del medio del campo, era una tarea ardua y complicada la de poder hacer un gol. Con más de tres cuartos de partido jugado, el entrenador “charrúa” movió ficha y sacó del campo a un batallador Recoba por un delantero más directo como Zalayeta, para intentar cambiar algo el juego ofensivo y pocos minutos más tarde, a diez para el final, se la jugó del todo sacando a otro atacante como Marcelo Sosa por un defensa central como el mítico Paolo Montero, aun así la apuesta no dio sus frutos. Todo estaba ya destinado a la prórroga y así fue, el partido acabó con la eliminatoria empatada y quedaban 30 minutos más los penaltis para decidir el futuro de las dos selecciones.

Con los jugadores de ambas escuadras extenuados, la prórroga no fue una clase de juego para enmarcar, ni mucho menos. El mejor de los australianos Mark Bresciano tuvo una oportunidad clara, con un disparo que se fue cerquita del larguero de Carini. Esta sería la última oportunidad del australiano en el partido, ya que poco después sería sustituido por el delantero John Aloisi, que resultaría clave al final de este emocionante partido. Por el lado celeste, un Marcelo Zalayeta, menos cansado que sus compañeros, tuvo una oportunidad al final de la primera parte de la prórroga, pero su disparo se fue algo desviado de la meta de Schwarzer. Antes de acabar el tiempo extra, Josip Skoko que hacía diez minutos que había salido al campo sustituyendo al centrocampista Brett Emerton, aprovechó un rechace de puños del meta uruguayo Carini e intentó sorprender con una vaselina al meta descolocado que a punto estuvo de entrar pero finalmente el balón se fue rozando el larguero “charrúa”. Y después de esto, poco más, los penaltis lo decidirían todo.

Después de 240 minutos y más de 25000km recorridos entre Australia y Uruguay, serían los jueces del punto fatídico los que resolverían una de las eliminatorias más disputadas que se recuerdan para acceder a una Copa del Mundo. Los lanzadores estaban claros y los porteros podrían pasar de héroes a villanos y viceversa en cuestión de minutos, pero esta es una de las cosas maravillosas que tiene el fútbol, la pasión de todo lo que pasa y tan poco tiempo para digerirla.

Los penaltis fueron cayendo uno tras otro y las caras de uruguayos y australianos eran un poema, al igual que la de los aficionados del “Stadium Australia” que en su vida habrían pensado que un partido de fútbol les haría disfrutar y sufrir tanto a la vez. Kewell marcó el primero para los australianos, D. Rodríguez (autor del gol de la ida uruguayo) lanzó pero paró Schwarzer, Neill transformó el segundo amarillo y Varela hizo el primero  para los “charrúas”, Vidmar no falló y puse dos arriba a Australia, pero Estoyanoff acortó distancias de nuevo para los celestes. El gran delantero Marco Viduka puso el miedo en el cuerpo de los aficionados que llenaban el estadio cuando su chute salió desviado de la portería de Carini y si Zalayeta marcaba el partido volvería a estar empatado de nuevo. Pero el portero Mark Schwarzer quería erigirse como uno de los héroes de la noche y en una estirada memorable a mano cambiada, consiguió detener el disparo del uruguayo, increíble. A los “socceroos” solo les quedaba un penalti y un lanzador, si marcaban estarían en el Mundial de Alemania 2006 y el encargado de devolver la ilusión a los australianos no fue otro que John Aloisi.

El ex de C.A. Osasuna y que en ese momento militaba en el Deportivo Alavés, equipo humilde de la primera división española, tenía en sus pies el sueño “aussie”. En ese momento su mente se quedó en blanco, intenta concentrarse y abstraerse de todo, piensa en todos los penaltis que ha tirado en su carrera y que ha convertido, en los goles que ha hecho y no piensa ni por donde va a lanzar la pena máxima, simplemente sabe que tiene que ir dentro… y así es. El lanzamiento con la zurda va a media altura pero pegado al palo izquierdo de Carini, que llega a rozar el balón con la punta de sus guantes pero no consigue detener el esférico, es gol.

Aloisi tarda unas décimas de segundo en reaccionar, solo corre sin dirección alguna y cuando por fin recobra el sentido y vuelve a la realidad, se encuentra con más de 82.000 personas gritando hasta la saciedad, con sus compañeros de selección corriendo tras el, tirándolo al suelo y celebrando la consecución de la eliminatoria después de un partido memorable. Sin palabras.

Pero este gol no solo les dio el pase al Mundial de 2006, este gol supuso mucho más. Hizo que el gobierno australiano apostara por este deporte, cambiando la “Australian Soccer Association” (ASA) primero, por la Federación Australiana de Fútbol (FFA) que empezó por enseñar y potenciar el fútbol o “football” (soccer hasta ese momento) en las escuelas de todo el país.

Hizo que construyeran campos de fútbol por toda la isla y se creó la “A-League” o Liga Australiana de fútbol, para revitalizar y promocionar mucho más la competición interna del país. Los partidos de los “socceroos” en la Copa del Mundo de 2006, tuvieron más audiencia en el país que la inauguración de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y la popularidad de ese grupo de jugadores “aussies”, casi todos descendientes de europeos que llegaron a la isla tiempo atrás, fue incluso mayor que la de los equipos de rugby y fútbol australiano en ese momento. Las paradas de Schwarzer y sobretodo el gol de Aloisi, no solo dieron el pase a un Mundial aquel día, abrieron las puertas del fútbol a una isla hasta entonces adormecida y que aquella noche vibró y disfrutó con un balón totalmente esférico, como no lo había hecho nunca en su historia. Ante algo como eso solo se puede decir: “¡Gracias Aloisi!”.

Manel Torrejón Perea(@manelcandeu)